It makes me feel so good.

sábado, 10 de septiembre de 2011 3:08



Allí hacía más frío y era más oscuro; los robles cerraban el claro de luna; me gustó. ¡Amaba la pura oscuridad! Allí estaba yo, con las manos en los bolsillos, contemplando la leve aureola de luz cerniéndose sobre Londres; y riendo para mí mismo con regocijo irrefrenable.
—Oh, ha sido maravilloso; ¡ha sido perfecto! —dije frotándome las manos, luego apreté fuertemente las manos de Louis, que aún estaban más frías que las mías.
La expresión en el rostro de Louis me puso en éxtasis. Me estaba sobreviniendo un verdadero ataque de risa.
—¡Eres un bastardo!, ¿lo sabías? —exclamó— ¿Cómo has podido hacerle una cosa semejante al pobre hombre? Eres un malvado, Lestat. ¡Deberían emparedarte en una mazmorra!
—Oh, vamos, Louis —repuse yo. No podía parar de reír—. ¿Qué esperabas de mí? Además, el hombre es un estudioso de lo sobrenatural. No va a volverse loco de remate. ¿Qué esperabais todos de mí? —Rodeé su hombro con mi brazo—. Venga, vamos a Londres. Hay un largo trecho, pero es temprano. Nunca he estado en Londres. ¿Lo sabías? Quiero ver el West End, Mayfair y la Torre, sí, vayamos a la Torre. ¡Y también quiero alimentarme en Londres! Vamos.
—Lestat, no es tema de broma. Marius se pondrá furiosísimo. ¡Todos se pondrán furiosos!
Mi ataque de risa estaba empeorando. Emprendimos la marcha a buen paso. Era tan divertido andar. Nada podría nunca sustituir el simple acto de andar, el sentir la tierra bajo los pies, con el dulce olor de las chimeneas próximas que salpicaban la negrura; con el olor húmedo y frío del invierno riguroso en los bosques. Oh, era todo muy encantador. Y, cuando llegásemos a Londres, conseguiríamos un abrigo decente para Louis, un elegante abrigo negro, largo, con el cuello de piel, para que pudiera estar tan calentito como lo estaba yo en aquellos momentos.
—¿Oyes lo que te estoy diciendo? —insistió Louis—. No has aprendido nada, ¿no? ¡Eres más incorregible que antes!
Eché a reír de nuevo, indefenso ante el ataque.
Luego, más serenamente, pensé en el rostro de David Talbot y en el momento en que me había retado. Bien, quizá tuviese razón. Volveré. ¿Quién dice que no pueda volver y charlar un poco con él si me viene en gana? ¿Quién lo dice? Pero debería darle sólo un poco de tiempo para meditar en el número de teléfono; y poco a poco perder su temple.
La amargura regresó, y una repentina gran tristeza soporífera, que amenazaba con arrasar mi pequeño triunfo. Pero no lo permitiría. La noche era demasiado hermosa. Y la diatriba de Louis se estaba volviendo cada vez más acalorada y divertida.
—¡Eres un perfecto diablo, Lestat! —iba diciendo—. Eso es lo que eres. ¡Eres el mismo Diablo!
—Sí, lo sé —decía yo. Era tan encantador mirarlo, ver que la rabia lo llenaba de vida—. Adoro oírte decir eso, Louis. Necesito oírtelo decir. No creo que nadie lo diga nunca como tú lo dices. Vamos, dilo otra vez. Soy un perfecto diablo. Dime lo malo que soy. ¡Me hace sentir tan bueno!

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